La sierra


No se necesitan muchas explicaciones después de contemplar este instrumento. La sierra que se puede ver aquí es antigua, pero no se puede asociar específicamente con la tortura homónima, un proceso que se puede llevar a cabo con cualquier sierra de leñador a cuatro manos y de grandes dientes. El ejemplar que se muestra es una de ellas y con seguridad de dos o más siglos de antigüedad.

La historia abunda en mártires –religiosos, laicos y antirreligiosos– que sufrieron este suplicio, quizás peor que la cremación lenta o la inmersión en aceite hirviendo. Debido a la posición invertida que asegura suficiente oxigenación del cerebro e impide la pérdida general de sangre, la víctima no perdía el conocimiento hasta que la sierra alcanzaba el ombligo, e incluso el pecho, de ser ciertos relatos de principios del siglo XIX.

La Biblia dice (II Samuel 12:31) que David, rey hebreo y santo cristiano, exterminó a los habitantes de Rabbah y todas las otras ciudades amonitas por el método de poner hombres, mujeres y niños “bajo sierras y rastrillos y hachas de hierro y en hornos de ladrillos”. Esta especie de beneplácito, poco menos que divino, ha contribuído grandemente a la aceptación que la sierra, el hacha y la hoguera, son comunes entre la gente bien pensante, de tal manera que la sierra se aplicaba a menudo a homosexuales de ambos sexos, aunque predominantemente hombres. En España la sierra era un medio de ejecución militar hasta el fin del siglo XVIII, según referencias contemporáneas, las cuales, sin embargo, no citan ningún hecho concreto. En Cataluña durante la Guerra de la Independencia (1808-14), los guerrilleros catalanes sometieron a decenas o quizás centenares de oficiales franceses, españoles o ingleses a la sierra, sin preocuparse de las alianzas del momento. En la Alemania luterana la sierra aguardaba a las cabecillas de los campesino rebeldes, y en Francia a las brujas preñadas por Satanás.


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