La historia de la tortura registra muchos instrumentos con forma de sarcófago antropomorfo, con dos puertas y clavos en su interior que penetraban, al cerrar las puertas, en el cuerpo de la víctima. El ejemplo más conocido ha sido siempre la llamada “doncella de hierro” (die eiserne Jungfrau) del castillo de Nuremberg.
Es difícil separar la leyenda de los hechos referentes a este aparato ya que
la mayoría del material publicado se basa en investigaciones del siglo XIX,
distorsionadas por el romanticismo y fantasiosas tradiciones orales. La primera
referencia a una ejecución con la doncella de la que tenemos noticia procede del
14 de agosto de 1515, aunque el instrumento para entonces había sido usado ya
durante varias décadas. Ese día un falsificador de moneda fue introducido “y las
puertas cerradas lentamente, por tanto las puntas afiladísimas le penetraban en
los brazos, en las piernas en varios lugares, y en la barriga y en el pecho, y
en la vejiga y en la raíz del miembro, y en los ojos y en los hombros y en las
nalgas, pero no tanto como para matarlo; y así permaneció haciendo gran griterío
y lamento durante dos días, después de los cuales murió”. Es probable que los
clavos de entonces fueran desmontables y se pudieran colocar en varios
alojamientos practicados en el interior, con fines más o menos letales, más o
menos mutilantes según las exigencias de la sentencia.