La víctima, con las manos y pies
aprisionados en las aberturas correspondientes, era expuesta en la plaza
pública, donde la chusma, en el mejor de los casos, le provocaba, abofeteaba y
embadurnaba con heces y orina, sustancias procedentes de orinales y pozos ciegos
que se le emplastaban en boca, orejas, nariz y pelo; pero en muchas ocasiones
era también golpeada, lapidada, quemada, lacerada e incluos gravemente mutilada.
También las incesantes cosquillas en las plantas de los pies y en los costados
llegaban a convertirse en una tortura insoportable. Sólo los transgresores más
inocuos podían esperar librarse con no más de unos pocos cardenales.
Las ilustraciones de los libros infantiles, el
cine, la televisión y la iconografía moderna, generalmente presenta la picota
bajo un aspecto humorístico, centrado en una víctima gruñona de la que se burlan
sus conciudadanos y vecinos de manera grosera pero benévola. La realidad era muy
diferente.