Fue el médico francés Joseph-Ignace Guillotin, nacido en Saintes en 1738 y elegido a la Asamblea Nacional en 1789, el primero en promover una ley que exigía que todas las ejecuciones, incluso las de presos comunes y plebeyos, se realizaran por medio de “una máquina que decapita de forma indolora”. Una “muerte fácil”, por decirlo así, ya no era prerrogativa de nobles. Después de una serie de experimentos sobre cadáveres tomados de un hospital público, la primera de estas máquinas, en esencia idéntica a la que aquí se muestra, se colocó en la Place de Grève de París el 4 de abril de 1792, y la primera ejecución –en la persona de un plebeyo asaltante de diligencias– tuvo lugar el 25 del mismo mes. Pronto este ingenio iba a convertirse en el símbolo de los años 1792-94.
En seguida la ciencia descubrió un hecho nuevo y soprendente (confirmado después por la neurofisiología moderna): una cabeza cortada, ya sea por hacha o guillotina, sabe que es una cabeza decapitada mientras rueda por el suelo o cae en la cesta –la conciencia sobrevive para tal percepción.
Después de la ejecución de Luis XVI y María Antonieta el 21 de enero de 1793,
la “máquina”, llamada sólo así hasta ambos sucesos, se llamó también “la
Louisiette” o “le Louison”; sólo después de 1800 se extendió el término
“guillotina”. Como tal permaneció en uso en muchos países incluídos los Estados
Pontificios y los Reinos de Piamonte y Nápoles borbónico hasta 1860; fue usada
en Francia hasta la abolición de la pena de muerte bajo Miterrand en 1981.
Joseph-Ignace Guillotin murió pacíficamente en 1821, a la edad de ochenta y
tres.