Hasta el fin del siglo XVIII, en los
paisajes urbanos y suburbanos de Europa abundaban las jaulas de hierro y de
madera adosadas al exterior de los edificios municipales, palacios ducales,
palacios de justicia, catedrales y a murallas de las ciudades, o sencillamente
colgando extramuros de altos postes cerca de los cruces de caminos;
frecuentemente había varias jaulas en hilera. Gran cantidad de ejemplos
subsisten hoy en día (por ejemplo en el palacio ducal de Mantua, en el ábside de
la catedral de Munsen en Alemania). En Florencia, supuesta ciudad de origen del
presente ejemplar bípedo, había dos lugares para las jaulas: uno en la esquina
de Bargello con Via Anguillara y Piazza San Firenze, y el otro en un poste sobre
la colina de San Gaggio, más allá de la Porta Romana junto a la carretera de
Siena. En Venecia, lugar de origen de la jaula celular, éstas se colgaban en el
Puente de Los Suspiros y más a menudo en los muros del Arsenal.
Las
víctimas, desnudas o casi desnudas, eran encerradas dentro y colgadas. Sucumbían
de hambre y sed, por el mal tiempo y el frío en invierno, por el calor y las
quemaduras solares en verano; a menudo habían sido torturadas y mutiladas para
mayor escarmiento. Los cadáveres en putrefacción generalmente se dejaban in
situ hasta el desprendimiento de los huesos.
Una antigua tradición familiar, muy digna de crédito, relaciona la presente
jaula bípeda con el Bargello de Florencia. Aunque no hay documentos que la
respalden, la tradición oral de la familia explica cómo se descolgó en 1750-52,
años en que el segundo gran duque lorenés de Toscana, Pietro Leopoldo, destruyó
todos los instrumentos de tortura y ejecución, y desde entonces se ha conservado
en el palacio familiar.