Estos artilugios, que existían con gran
profusión de formas fantasiosas y, a veces, francamente artísticas, desde 1500
hasta 1800, se imponían a quienes habían manifestado imprudentemente su
descontento hacia el orden, contra las convenciones vigentes, contra la
prepotencia del poder machista o, de cualquier forma, contra el estado de las
cosas en general. A través de los siglos, millones de mujeres, consideradas
“conflictivas” por su cansancio de la esclavitud doméstica y los continuos
embarazos, fueron humilladas y atormentadas; así el poder político exponía el
escarnio público a los desobedientes y a los inconformistas; y así el poder
eclesiástico castigaba una larga lista de infracciones menores.
La inmensa mayoría de las víctimas eran mujeres, y el
principio que se aplicaba era siempre el de mullier taceat in ecclesia,
“la mujer calla en la iglesia”: “iglesia” significa aquí las jerarquías
gobernantes, tanto eclesiásticas como seculares, ambas constitucionalmente
misóginas; el sentido era por tanto “la mujer calla en presencia del macho”.
Muchas máscaras incorporaban piezas bucales de hierro, algunas de éstas
mutilaban permanentemente la lengua con púas afiladas y hojas cortantes.
Las víctimas encerradas en las máscaras y expuestas en la plaza pública,
también eran maltratadas por la multitud. Golpes dolorosos, ser untados con
orina y excrementos, y heridas graves (a veces mortales, sobre todo en los senos
y el pubis) eran su suerte.